¡La historia continúa amigos! Tras una larga pausa el tercer capítulo está disponible. =)
¡Espero que os guste!
Aggtoddy
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Cuando llevas dos días encerrado en un submarino a 400 metros de profundidad, con los principales sistemas del submarino dañados y la luz de emergencia tiñendo todo de rojo las cosas toman una perspectiva diferente.
Una perspectiva jodida Hans Baumgärtel sabe que va a morir, tiene varios años de experiencia a sus espaldas, y una barba pelirroja para demostrarlo, es un veterano de la guerra en el mar, ha sobrevivido a más de un "percance desagradable" que suelen ser esos que cuando los experimentas por primera vez hacen que literalmente te cagues encima y te pongas de mierda hasta las cejas a ritmo de
sieg heil!. Llevan dos días de "percance desagradable" y todo lo que se puede divisar a barlovento es que la tormenta está tornando a "percance irreversible".
Ha oído chirriar al submarino como sólo chirría un perro moribundo, sabe que los motores están hechos un cisco, desgraciadamente para Hans y los demás ciento setenta desgraciados a cuatrocientos metros sobre sus cabezas el USS Roper también lo sabe.
Echa una mirada a su derecha, la sala de mando está muda, la última orden dada hace 48 horas era tajante: "habla el capitán, ni una puta voz a partir de ahora". En torno al capitán se sitúan los suboficiales, muchos de ellos miran al techo, concentrándose en el monótono silencio que se filtra a través del casco.
Un mal pedo los mandaría a todos a críar malvas. Desde la puerta de popa aparece Gustav el jefe técnico se acerca al capitán cubierto de grasa de pies a cabeza para informarle de las labores de reparación en los mostores. Entre mucho
mein kapittan y muchos
diesel motor kapput el
Kapittan asiente con aspecto serio.
"Cueste lo que cueste" le susurra el capitán, y le despide con una apretón de manos que huele mal. Tras los estruendosos susurros el capitán vuelve a guardar silencio. Gustav ,todo grasa, se marcha por donde ha venido.
Un minuto después se escucha un tremenda detonación proveniente de popa, saltan todas las alarmas y el hasta ahora reinante silencio es destronado. El capitán se pone en pie, está claro que la reparación iba mal, y ahora va peor todavía. Empieza a gritar órdenes frenéticas mientras el submarino se escora y comienza su lento descenso barriendo la falda del fondo marino. Todo el mundo está corriendo, el capitán ordena a todos los miembros de la sala de máquinas que acudan a sofocar el incendio, los indicadores del panel principal son claros, no hay sala de máquinas que valga, están descendiendo hacia el abismo sin motores con los que impulsarse. Están condenados. La primera carga de profundidad tarda unos quince segundos en llegar, explota y hace aumentar la presión sobre la ya maltrecha estructura del submarino, pero solo lo sacude, esa mala puta del Roper ha olido a su presa.
La segunda explota a menos de cincuenta metros a proa, comprime el agua en torno a la sala de torpedos hasta hacer saltar todos los pernos, tuercas y remaches, una devastadora explosión se traga la proa del U-85, Hans está paralizado, todos los están, no hay nada que hacer. Aún sabiendo lo que va pasar Hans no puede creerselo, una cascada de agua entra en horizontal por la puerta de proa acompañado de humo negro, gases y gritos, la presión empieza a deformar las paredes del puente, muchos de los nuevos grumetes, meros críos, lloran, otros empiezan a cantar al Fürher, el Kommandant se aferra a una tubería mientras ordena aislar el puente del resto del submarino, se cierra la puerta de popa, pero el agua no deja cerrar la de proa.
Hans no puede creérselo, tantos años temiendo este momento, y ya ha llegado, el santuario hermético que era el submarino, irrecuperable y letal, se inunda por segundos.
Papeles, ropa, cuencos, vasos, gasóleo todo flota huele y fluye mientras el nivel sube. Las paredes se comban hacia dentro y el submarino se parte en dos. Antes de cerrar los ojos Hans ve como se le caen encima quinientos cincuenta metros de Océano Atlántico, siente el golpe brutal, y se estampa cuan largo es contra el suelo de cemento. Aspira violentamente cuando su diafragma se libera.
Aire a su alrededor, puede respirar, ¿suelo de cemento? se queda muy quieto. No está muerto, no hay agua a su alrededor, está empapado, pero no sumergido, aire, aire, no está muerto.
Es más, no está en el submarino.
Un suelo gris iluminado por tenues luces amarillas de emergencia le mira cara a cara. Hace una mueca de dolor y babea sangre y agua salada a partes iguales
Helado y empapado dentro de una habitación con suelo de cemento. No está en el fondo del mar, no hay explosiones, no hay SS ROPER ni su puta madre jodiendo la mandanga.
Bendito sea el Furher piensa, estoy vivo.